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Tratado Sobre La Tolerancia: Quitate Tu Pa' Ponerme Yo
Contributor(s): Lestar, Karl (Author), Laster, Carlos Alberto (Author), Aroue, Francois Marie (Author)
ISBN: 1975708113     ISBN-13: 9781975708115
Publisher: Createspace Independent Publishing Platform
OUR PRICE:   $18.99  
Product Type: Paperback
Language: Spanish
Published: August 2017
Qty:
Additional Information
BISAC Categories:
- History | Europe - France
Series: Dead Books & Minds
Physical Information: 0.26" H x 5.98" W x 9.02" (0.43 lbs) 100 pages
Themes:
- Cultural Region - French
 
Descriptions, Reviews, Etc.
Publisher Description:
El asesinato de Calas, cometido en Toulouse con la espada de la justicia, el 9 de marzo de 1762, es uno de los acontecimientos m s singulares que merecen la atenci n de nuestra poca y de la posteridad. Se olvida con facilidad aquella multitud de muertos que perecieron en batallas sin cuento, no s lo porque es fatalidad inevitable de la guerra, sino porque los que mueren por la suerte de las armas pod an tambi n dar muerte a sus enemigos y no ca an sin defenderse. All donde el peligro y la ventaja son iguales, cesa el asombro e incluso la misma compasi n se debilita; pero si un padre de familia inocente es puesto en manos del error, o de la pasi n, o del fanatismo; si el acusado no tiene m s defensa que su virtud; si los rbitros de su vida no corren otro riesgo al degollarlo que el de equivocarse; si pueden matar impunemente con una sentencia, entonces se levanta el clamor p blico, cada uno teme por s mismo, se ve que nadie tiene seguridad de su vida ante un tribunal creado para velar por la vida de los ciudadanos y todas las voces se unen para pedir venganza. Se trataba, en este extra o caso, de religi n, de suicidio, de parricidio; se trataba de saber si un padre y una madre hab an estrangulado a su hijo para agradar a Dios, si un hermano hab a estrangulado a su hermano, si un amigo hab a estrangulado a su amigo, y si los jueces ten an que reprocharse haber hecho morir por el suplicio de la rueda a un padre inocente, o haber perdonado a una madre, a un hermano, o a un amigo culpables. Jean Calas, de sesenta y ocho a os de edad, ejerc a la profesi n de comerciante en Toulouse desde hac a m s de cuarenta a os y era considerado por todos los que vivieron con l como un buen padre. Era protestante, lo mismo que su mujer y todos sus hijos, excepto uno, que hab a abjurado de la herej a y al que el padre pasaba una peque a pensi n. Parec a tan alejado de ese absurdo fanatismo que rompe con todos los lazos de la sociedad, que hab a aprobado la conversi n de su hijo Louis Calas y ten a adem s desde hac a treinta a os en su casa una sirviente cat lica ferviente que hab a criado a todos sus hijos. Uno de los hijos de Jean Calas, llamado Marc-Antoine, era hombre de letras: estaba considerado como esp ritu inquieto, sombr o y violento. Dicho joven, al no poder triunfar ni entrar en el negocio, para lo que no estaba dotado, ni obtener el t tulo de abogado, porque se necesitaban certificados de catolicidad que no pudo conseguir, decidi poner fin a su vida y dej entender que ten a este prop sito a uno de sus amigos; se confirm en esta resoluci n por la lectura de todo lo que se ha escrito en el mundo sobre el suicidio. Hay por lo tanto humanidad y justicia en los hombres, y principalmente en el consejo de un rey amado y digno de serlo. El caso de una desgraciada familia de ciudadanos oscuros ha ocupado a Su Majestad, a sus ministros, al canciller y a todo el consejo y ha sido discutido con un examen tan meditado como pueden serlo los m s grandes temas de la guerra y de la paz. El amor a la equidad, el inter s del g nero humano han guiado a todos los jueces. Demos gracias a ese Dios de clemencia, el nico que inspira la equidad y todas las virtudes Atestiguamos que jam s hemos conocido ni a ese infortunado Calas a quien los ocho jueces de Toulouse hicieron morir a causa de los m s d biles indicios, en contra de las ordenanzas de nuestros reyes y en contra de las Leyes de todas las naciones; ni a su hijo Marc-Antoine, cuya extra a muerte indujo a error a esos jueces; ni a la madre, tan respetable como desgraciada; ni a sus inocentes hijas, que recorrieron con ella doscientas leguas para poner su desastre y su virtud a los pies del trono. Ese Dios sabe que solamente nos ha animado un esp ritu de justicia, de verdad y de paz cuando hemos escrito lo que pensamos de la tolerancia, con motivo de Jean Calas, a quien el esp ritu de intolerancia ha hecho morir. Ha ca